REFLEXION
Y si la vacuna no fuera posible ¿Dónde podríamos nuestra esperanza?
Todos dan por hecho dé que esta vacuna llegará. «Sólo es cuestión de tiempo», «vendrá tarde o temprano». Los medios se llenan de artículos explicando que en China ya están experimentando con miembros del ejército, conejillos de indias. O que esta semana en Oxford se están llevando a cabo los últimos ensayos de la vacuna contra el covid-19. Tenemos tal confianza en la técnica que damos por hecho que la vacuna llegará y la posibilidad real de que no haya cura de inmunidad para el coronavirus se nos hace totalmente inaceptable.
Todo lo que esta pandemia cuestiona: nuestra movilidad limitada, el default económico, el desempleo, la ansiedad, nuestra relación con Dios y la muerte que por primera vez en años hemos tenido que mirar de frente como sociedad, y tantas otras preguntas que no tienen aún respuesta, quedarán relegadas en cuanto tuviésemos la vacuna, las podríamos meter bajo la alfombra como quien esconde el polvo recién barrido y olvidarnos de él hasta la próxima, haciendo así la vista gorda.
Podemos poner la esperanza en que pronto tendremos una vacuna. Pero esto sería más bien tapar el sol con las manos, porque la realidad de lo que somos y la realidad de cómo vivimos y la realidad de las cosas que dejamos pendientes seguirán de pie mirándonos de frente.
Esperemos que esta pandemia cambie de alguna manera nuestras actitudes, nos abra los ojos y así vayamos cambiando el rumbo de nuestra vida, con paciencia y perseverancia, dando un giro a la dirección tan mal encaminada que llevamos desde hace décadas. Probablemente, a la larga, nos iría mucho mejor si viviéramos como si la vacuna no hubiera de llegar nunca, como si la vacuna no fuera posible ¿Por qué? porque así no dilataríamos el momento de enfrentar la verdad: el de transformar realmente nuestros hábitos y expectativas vitales, el de reorientar nuestra vida y responder a las preguntas que la pandemia nos recuerda cada día, que no son más que las preguntas sobre cómo queremos vivir y para quien queremos hacerlo. De no ser así, estos meses, o tal vez años, serán perdidos, no habrán servido de nada, no habremos aprendido nada. Los recordaremos tan sólo como un paréntesis de dolor, angustia e incertidumbre esperando que alguien nos despierte de este mal trago.
No pongamos toda nuestra esperanza donde no la tenemos que poner: en una solución que venga de fuera. El auténtico cambio, y la esperanza de que en algún momento el día malo llegue a su fin, sólo puede venir de Jesús, el autor y consumador dela fe. Vivamos en este tiempo de crisis replanteandonos tantas preguntas pendientes.
Fuente: Diario El Rompimiento