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jueves, 28 de marzo de 2024 05:32h.

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Pastor Español que sufrió los efectos del Coronavirus comparte su testimonio

España está pasando por la peor crisis que recordamos desde que este país se convirtió en una democracia moderna hace 40 años. El siguiente es el testimonio de un pastor que sobrevivió al coronavirus:
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El coronavirus ha matado a más de 20.800 personas y ha contagiado a por lo menos 200.000, aunque muchos más de nuestros 46 millones de habitantes podrían estar infectados, tal como reconoce el propio gobierno. Las comunidades evangélicas no hemos estado al margen de esta epidemia, y entre los afectados me encuentro yo mismo.

Soy pastor de una iglesia de unas 350 personas en una pequeña ciudad en la costa atlántica, y sirvo también en mi denominación y como presidente de la Alianza Evangélica Española. Pero todo paró en seco cuando me contagié con el COVID-19.

Cuando, tras 21 días de lucha contra la enfermedad, recibí el alta médica, mi agradecimiento y alegría fueron enormes. Soy muy consciente que otros, incluso más jóvenes y fuertes que yo, han perdido la vida por esta enfermedad.

Como país aún estamos sufriendo mucho y nos dirigimos hacia un futuro incierto. En mi propia familia aún tenemos personas que están luchando con el virus. Pero estas son algunas primeras reflexiones que hago en base a lo experimentado hasta ahora en España.

RECORDEMOS QUE NO SOMOS ‘SUPERHOMBRES’

La primera conclusión es para aquellos que, como yo, se encuentran en el liderazgo cristiano. La lección más evidente al recuperar la salud ha sido recordar que no soy (ni debo ser) un “superhombre”. Vivimos en el mismo mundo que los demás, tenemos los mismos conflictos, los mismos riesgos, somos vulnerables, y justamente eso es lo que nos capacita para el liderazgo. Un liderazgo de superhombre, el de aquel que parece ajeno (o por encima) del sufrimiento, nunca podrá producir discípulos pero sólo admiradores o adoradores. Este tiempo de sufrimiento y lucha con la enfermedad, me ha recordado una vez más que el Padre ya envió un Salvador—y ese no soy yo.

Además, caer enfermo me mostró nuevamente la importancia de pertenecer a una comunidad. Tras saberse mi infección, hubo una reacción inmediata de oración de mi iglesia local, pero también de la iglesia en España y en otras partes del mundo. Mensajes de ánimo, oraciones de fe y amor de muchos amigos e incluso desconocidos, fueron dosis de aliento en las horas difíciles.

En estos días, comprobé muy claramente la verdad de la Palabra de que somos un cuerpo, uno solo. Tenemos una fe común y somos una familia. Todo esto no es algo teórico o abstracto ni una quimera que algún día alcanzaremos, sino una realidad palpable. Es así como aquellos que estamos sufriendo somos sostenidos en la prueba.

APROVECHEMOS EL SHOCK PARA REFLEXIONAR SOBRE NUESTRA VIDA

Cuando uno está involucrado en una iglesia en crecimiento, con proyectos sociales, plantación de iglesias, etc., la enfermedad inesperada llega como un “parón” obligado que detiene muchas cosas. Inicialmente, es un shock, y después vienen otras fases como la ira, la negociación y, finalmente, la aceptación.

La enfermedad provoca un proceso personal que, si todo va bien, puede durar unas horas o unos días. Al principio tuve momentos de dudas, de preguntarme cuál era el propósito de todo esto. Pero al aceptar mi situación, aprendí dos lecciones.

La primera fue una profunda reflexión de que Dios ha cuidado y cuida de mí. Durante unos días en los que estuve realmente mal, me planteé la posibilidad de la muerte como algo posible. ¿Qué evaluación hacía de mi vida? En lo ministerial y profesional, en las metas realizadas en la vida, estaba en paz. Había hecho lo que había podido en el tiempo que Dios me había dado. Pero el dolor apareció cuando pensé en mis hijos, en que no iba a poder ver y vivir cómo ellos alcanzarían sus propias metas y sueños. Sin embargo, ahí estaba la quieta paz de que Dios cuidaría de mi esposa y mis hijos si yo faltase.

Lo segundo que aprendí en mi proceso con el COVID-19, es a identificarme con el dolor de tantas personas que están pasando el mismo padecimiento. Es inestimable lo que la enfermedad puede aportar al alma si uno está abierto a que Dios te ensanche el corazón durante el proceso. Creo firmemente que Dios es poderoso para sanarme, así como lo fue para salvarme. Además, no creo que la enfermedad sea un castigo enviado por el Señor. Pero mientras esperaba en fe Su sanidad (directa o a través de los medios sanitarios) pude aprender que otros están sufriendo también, que puedo compadecerme con ellos y que en todo ello Dios sigue siendo Señor, pase lo que pase.

NO JUGUEMOS CON UNA TEOLOGÍA TRIUNFALISTA

Si en algo puede servir esta tribuna, es para pedirles a nuestros hermanos del continente americano que aprendan de nuestros errores. Desgraciadamente Estados Unidos ya lo está comprobando y esperemos que en los países hermanos de Hispanoamérica mantengan y amplíen las medidas iniciales que han tomado.

Vimos la crisis en China, y dijimos: “Es en China, queda muy lejos”. Y no nos preparamos. Después llegó a Italia, y dijimos: “Es Italia, a España no llegará”. De hecho, algunos aficionados al fútbol incluso viajaron a la zona de mayor contagio de nuestro país vecino a ver un partido de Champions League, una competición que como todo lo demás, ha sido cancelada y es ahora irrelevante.

Días después, el COVID-19 llegó a Madrid, y los que vivimos en otra parte del país dijimos nuevamente: “Eso es en la capital, nosotros estamos a salvo”, y no fuimos prudentes. Finalmente llegó a nuestra ciudad, y a nuestras propias familias. Fuimos lentos en la reacción y pagamos las consecuencias. Por favor, aprendan de nuestros errores y tomen bien en serio esta pandemia.

Las iglesias tienen un papel fundamental a la hora de responder con sabiduría a esta situación. El problema mayor está en una teología débil que enseña que la prudencia está en contra de la fe, una teología triunfalista que enseña que somos inmunes al virus por la fe. Algo así como que no tenemos que seguir las recomendaciones de las autoridades porque Dios ya nos protegerá. Es un grave error, que tendrá consecuencias nefastas, y los pastores que predican estas cosas tendrán que rendir cuentas a Dios y a los hombres por su enseñanza.

PREPARÉMONOS PARA ACOMPAÑAR A OTROS EN DUELOS DIFÍCILES

En España hemos visto centros de salud desbordados en los que los sanitarios definían como un “ambiente de guerra”. Enfermeros y médicos cristianos nos contaban sus ganas de llorar al llegar a casa al darse cuenta de la falta de recursos humanos, protección, camas de UCI, etc. Y sobre todo, conscientes del duro impacto emocional que esta epidemia dejará en nuestra sociedad en los próximos años.

También en nuestras iglesias hemos tenido que despedir atropelladamente a muchos. La mayoría de nuestros hermanos que han fallecido, eran padres o abuelos de una generación que luchó por levantar nuestras comunidades. Muchos han marchado sin poder decirles un último adiós, solos en una habitación, despidiéndose por teléfono. Aunque compartimos una esperanza más allá de la muerte, la forma en la que se fueron dejará heridas.

Tendremos que reaprender a acompañar en el proceso de duelo a muchas personas, sean creyentes o no. Uno de los asuntos que más tendremos que trabajar es lo relacionado con la culpa y la rabia interior por no poder acompañar a su ser querido en los últimos momentos de la enfermedad. Muchos no pudieron ir al hospital, y no van a ver nunca el cuerpo, ni siquiera el ataúd. Hay familiares que no están pudiendo encajar de forma definitiva la pérdida, la ausencia.

Estas semanas, las autoridades están pidiendo a las familias que autoricen la incineración de su ser querido: reciben una llamada en la que explican cómo acceder a las cenizas a posteriori, y al parte de defunción. Es como si estas personas desaparecieran de nuestra vida, sin más.

¿Cómo elaborar un duelo sin un ritual funerario, una ceremonia de la que poder participar? Tenemos que preparar a la gente para llevar a cabo un duelo a distancia, y estamos trabajando ya para preparar una guía sobre el duelo en estos tiempos extraños.

VOLVAMOS A LO ESENCIAL: LA COMUNIDAD

Casi toda Europa ha suspendido las actividades que reúnen a personas en lugares físicos, y no tenemos un horizonte de cuándo los gobiernos permitirán que se reanude la actividad en los lugares de culto.

Esto pone a prueba nuestra forma de ser iglesia. Aquellas iglesias que tienen una buena estructura de grupos pequeños tienen resuelto el concepto de comunidad, así como el cuidado pastoral y la labor misionera. Y es evidente que los recursos tecnológicos y herramientas de comunicación al alcance de todos en internet son una bendición estas semanas para tener un comunicación múltiple y fluida.

Pero el liderazgo cristiano debe aprovechar esta crisis para repensar la iglesia desde una óptica comunitaria. Cristo es el centro, no lo es el culto, la reunión dominical. En la nueva etapa postcrisis será fundamental volver a una estructura celular de la iglesia que enfatice el compromiso personal y ponga fin al consumismo religioso que nos ha acompañado durante décadas.

Fuente: Actualidad Evangélica