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viernes, 19 de abril de 2024 00:05h.

REFLEXIÓN

El verdadero conocimiento

“Como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios”. 1 Corintios 2: 9-10.

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El verdadero conocimiento que tiene la Iglesia de Cristo es lo recibido de parte de Dios. La Iglesia es receptora de todo lo que Dios ha vertido; hay los que no aprovechan esta fuente inagotable, pero por la fe la Iglesia ha abierto el corazón.

El apóstol Pablo le dice a Timoteo: “Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:14-15).

La Iglesia es la que expresa y sostiene esa verdad, por eso es “columna y baluarte de la verdad”, que son dos expresiones casi del mismo significado. Nos habla de su sostenimiento; uno puede cambiar una pared, pero una columna no se puede tocar, porque si quitamos una columna todo el edificio se debilita; cada una de esas columnas ejerce una función de estructura para sostener todo el edificio. Si la Iglesia es columna y baluarte de la verdad y también es la que tiene el conocimiento del Espíritu, entonces la Iglesia tiene sobre sí, primero, un gran privilegio, y segundo, una gran responsabilidad, la responsabilidad de seguir sosteniendo la verdad de Dios. Es como dijo el Señor: “... Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?”, y “... si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres” (Mt. 6:23; 5:13).

La Iglesia es, pues, un pueblo especial que Dios ha puesto en este mundo con propósitos perennes, constantes, poderosos, efectivos; no es un pueblo escondido, es un pueblo en que se hace sentir el poder del Espíritu, que mueve y que dirige a la Iglesia. Hay lugares donde, si el Espíritu se va, ni cuenta se dan; pasarían semanas, quizás más tiempo, porque ellos creen que son los que lo dirigen, que son los que planean y cambian algo y ponen otro, dejando a un lado la sencillez de la fe efectiva en el Dios que nos ha dado esta Palabra. Y entonces, si el Espíritu se va, no se dan cuenta.

Dicen que el lenguaje que la Biblia presenta es “arcaico”, ya no es efectivo para estos tiempos, que hay que dejar de decirle a la gente eso de pecadores, porque suena chocante, suena ofensivo. Ya no se puede atacar el pecado así de frente, porque últimamente todo es relativo; las cosas son malas según la relación que tengan con otras cosas, de manera que un adulterio puede ser bueno o puede ser malo; según ellos, si produce cierto efecto benefactor en el carácter y en la tranquilidad de alguien, pues, sería bueno; también el aborto –según ellos– puede ser bueno o puede ser malo, todo es relativo, y dicen que la Iglesia tiene que cambiar ese lenguaje tan crudo y fuerte que tiene.

Amados, han surgido muchas interpretaciones y versiones de la Biblia. Nosotros sabemos que el avance de las letras, marca en términos de cultura la parte gramatical de expresiones de nuestro idioma, que hay palabras que envejecen y se desechan y otras ocupan su lugar, etcétera. Eso es perfectamente aceptable en las traducciones bíblicas, pero lo que no se puede aceptar es el cambio de conceptos; no se puede, por ejemplo, aceptar que la palabra sangre sea sustituida por muerte, pues una cosa es muerte y otra cosa es sangre. La Biblia dice: “Sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Heb. 9:22).

La Biblia también nos enseña que “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Co. 2:14).

Dirigiéndose a la Iglesia de Corinto, Pablo les dijo: “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co. 2:1-5). No iba a hablar de filosofías, ni de Platón, ni de Aristóteles, ni de los grandes de la filosofía griega; él iba a hablar el mensaje sencillo llamado por el mundo “la locura de la predicación” (1 Co. 1:21). “Porque la Palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Co. 1:18); esto es locura para el que no conoce al Señor y cierra su corazón; para la Iglesia es poder y sabiduría de Dios. Amén.

Fuente: Impacto evangelístico