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jueves, 25 de abril de 2024 00:10h.

CONQUISTAS EN EL DESIERTO

Grandes crisis atraen grandes conquistas

Cuando el mundo cristiano se mostraba indiferente y adormecido espiritualmente, siempre hubo un grupo en todas las iglesias que oraba y buscaba el rostro del Señor. Por las Sagradas Escrituras vemos que siempre que el pueblo de Dios tuvo que confrontarse con una grande crisis, Dios siempre abrió un camino de absoluta y rotunda victoria.

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Cuando el mundo cristiano se mostraba indiferente y adormecido espiritualmente, siempre hubo un grupo en todas las iglesias que oraba y buscaba el rostro del Señor, y Dios sacudió al mundo a principios del siglo XX con un poderoso derramamiento del Espíritu Santo, que dio origen al movimiento de pentecostés. Lo deplorable de la crisis señaló lo memorable de la bendición.

Por las Sagradas Escrituras vemos que siempre que el pueblo de Dios tuvo que confrontarse con una grande crisis, Dios siempre abrió un camino de absoluta y rotunda victoria.

Cuando el juicio del diluvio universal había sido decretado sobre la humanidad, y ya era inminente su ejecución, Dios consideró la obediencia de Noé, y dio a Noé y a su familia una gran liberación (He. 11:7; 2 P. 2:5). Lo drástico de la crisis hizo más marcada la victoria.

Cuando la total destrucción de las corruptas ciudades de Sodoma y de Gomorra iba a ser consumada, Lot afligía su espíritu ante tanta corrupción y, Dios libró al justo Lot dándole gran salvación (2 P. 2:7). Lo violento de la crisis destacó aun más la victoria.

Cuando la captura, y tal vez la total destrucción, del pueblo de Israel parecía inminente teniendo de frente el infranqueable mar Rojo y a sus espaldas el cruel y sanguinario Faraón con su poderoso ejército, Moisés clamó, e hizo Jehová que el mar se retirara y entonces los hijos de Israel entraron por medio del mar en seco teniendo las aguas como muro a su diestra y a su siniestra (Ex. 14:21-31; He. 11:29). Lo inminente de la crisis aumentó lo glorioso de la liberación.

Cuando el temible Goliat desafiaba al pueblo de Israel y nadie parecía que librara de la afrenta, el joven David, en entera dependencia de Dios, dijo al gigante: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos…” (1 S. 17:45, 47). Y venció David al filisteo. Lo desconcertante de la crisis señaló lo asombroso del triunfo.

Cuando la malvada Jezabel y el cobarde Acab casi habían destruido la verdadera adoración, Dios envió a Elías con el gran reto del monte Carmelo y este oró y clamó a Dios y después de la manifestación sobrenatural del poder de Dios el pueblo exclamó: “¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!” (1 R. 18:20-40). Lo repugnante de la crisis puntualizó lo trascendente de la victoria.

Cuando Satanás reinaba, como emperador de la muerte, “apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Jn. 3:8) y “destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte…” (He. 2:14, 15). Lo envolvente de la crisis destacó lo amplio de la liberación.

Cuando los apóstoles fueron amenazados de muerte para que no enseñasen en el nombre de Jesús, entonces ellos oraron y “todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la Palabra de Dios” (Hch. 4:29-31). Lo peligroso de la crisis resaltó lo hermoso del triunfo.

Cuando la Iglesia de la edad Media se había desviado de la sana doctrina y se había corrompido hasta lo sumo, Dios levantó a Martín Lutero quien después de mucha oración rompió con aquella iglesia y clavó sus 96 tesis en la puerta de su templo, y proclamó la verdad evangélica de que el “justo por la fe vivirá” (Ro. 1:17). Lo grotesco de la crisis aumentó lo glorioso de la victoria.

Cuando ya Inglaterra estaba abocada a una inexorable anarquía, ruina y destrucción en el siglo XIX, había un pequeño grupo de cristianos que oraba y se humillaba en la presencia de Dios, y Dios levantó a Juan Wesley que con su ardiente y sincera predicación produjo un poderoso avivamiento que libró a la nación de la catástrofe. Lo decadente de la crisis destacó lo precioso de la visitación.

Cuando el mundo cristiano se mostraba indiferente y adormecido espiritualmente, siempre hubo un grupo en todas las iglesias que oraba y buscaba el rostro del Señor, y Dios sacudió al mundo a principios del siglo XX con un poderoso derramamiento del Espíritu Santo, que dio origen al movimiento de pentecostés. Lo deplorable de la crisis señaló lo memorable de la bendición.

Cuando y dondequiera que ese pueblo o Iglesia pentecostal ha contristado al Espíritu Santo, ha apagado al espíritu, ha menospreciado lo milagroso; ha sustituido lo espiritual y sobrenatural con lo intelectual, lo mundano, y se ha convertido en una denominación más; en respuesta al clamor Dios ha levantado otro movimiento, que mantenga en alto el genuino testimonio de pentecostés. Lo lamentable de esa crisis hace resaltar lo admirable de este levantamiento.

Cuando regímenes inquisitoriales, ateos y materialistas han oprimido al pueblo de Dios, o lo han encarcelado, o torturado, u obligado al trabajo en campos de concentración, o matado por inanición, o asesinado brutalmente a fin de exterminar de la faz de la tierra la fe gloriosa en nuestro Señor. Dios ha fortalecido a sus hijos y los resultados han sido negativos para los enemigos del Evangelio, pues los asesinos así aceleran su ruina, y miseria moral, espiritual y eterna. De ahí que a pesar de tantas horribles masacres o tan bestiales torturas los cristianos aumentan.

Amados, y si algún día Dios permitiera que los poderes constituidos, y la prensa cayera en manos de enemigos declarados y conjurados del Evangelio, y se desatara una horrible persecución; como siempre la verdadera Iglesia de Jesucristo terminará ganando, porque los impíos saldrán de la Iglesia, y la Iglesia se vigorizará espiritualmente; y experimentará que no es con ejército ni con fuerza, que la ayuda viene de Dios. “Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra… y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Sal. 121:2; Mt. 16:18).

Amados, todos sabemos que hoy día todo el mundo está atravesando por la crisis más severa y aterrorizante de toda su historia, jamás el mundo había vivido días más peligrosos y angustiosos que estos que vivimos, jamás la ciencia elevó tanto su torre, jamás la moral se arrastró tanto en el mundo. Y la declaración profética señala que este mundo “irá de mal en peor” (2 Ti. 3:13).

Pero amados, no hay que temer, lo bueno de todo esto es lo malo que se sigue poniendo, porque “cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca” (Lc. 21:28). Lo tenebroso y asfixiante de la crisis señala lo glorioso e inminente el levantamiento de la Iglesia.

Fuente: Impacto evangelístico