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viernes, 29 de marzo de 2024 01:47h.

TESTIMONIO

Escape de la inmundicia

La soledad, la tristeza y la falta de comprensión arrastraron a Juan Carlos por el camino de las drogas. Durante mucho tiempo anduvo sucio y desvalido por calles y plazas buscando alucinógenos que puedan mitigar su fatal dependencia. En sus momentos, de lucidez se preguntaba tendría alguna vez la oportunidad de salir de ese mundo marginal. Ese día llegó cuando menos lo esperaba.

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Juan Carlos Pozo Muñoz recuerda su pasado nada feliz. Las lágrimas descienden por sus mejillas y sin poder ocultarlas dice que son de felicidad. “Solo Cristo tiene el poder para sanar “, asegura, sintiéndose agradecido por ser el escogido para tan notable transformación.

Es el tercer hijo de cuatro hermanos. Sus padres, Gloria y Manuel, trabajaron siempre para intentar lograr un futuro mejor para sus hijos. Sin embargo, la crisis española, les había golpeado con fuerza y, por lo tanto, debían ingeniársela en lo que sea con tal de solventar a una numerosa familia.

Casi nunca estaban en casa, trabajaban de día y de noche y, por lo tanto, Natividad, la hermana mayor era la encargada de vigilar por sus hermanos. Para ella era un trabajo muy complicado ya que tenía que hacer las labores del hogar, además de ir a la escuela. Los niños crecieron, pero sin mucha atención y cuidado de sus padres.

Poco a poco, Juan Carlos pensó que no servía de nada estudiar y que lo mejor era dedicarse al trabajo. Había, sin duda, una necesidad en el hogar y él quería ser la ayuda ideal, quizá, también, así buscar una cercanía a sus padres. Los pleitos, las discusiones, los problemas eran pan de cada día y todo eso no le permitía concentrarse en sus estudios. Necesitaba afecto, todos sus hermanos lo querían, pero nadie le prestaba atención a esa etapa esencial en la vida.

A los 14 años, dejó el estudio por completo. Sus padres se alarmaron, pero ya no lo podían controlar, sus hermanos corrían la misma suerte, ya nadie quería estudiar. Para entonces (1991), Gloria y Manuel trabajaban haciendo limpieza en pubs y discotecas y Juan Carlos se propuso ayudarlos.

El comienzo:

Sin tener que dedicarse más a los libros, pensó que ganar un poco de dinero sería una buena opción, y más aun estando cerca de sus padres, algo que anhelaba siempre, aunque no se los dijera. Juan Carlos tenía muchos amigos en la escuela y había aprendido a fumar, algo común en los adolescentes de España, pero lo que ese día encontraría sería el inicio de un mundo desconocido.

Limpiando no solo encontraba basura, sino relojes, joyas, dinero y hasta varios tipos de droga abandonadas en el local. Un día guardó un poco para ver de qué se trataba. Más tarde, junto a sus amigos, decidió probar una por una. Lo que sucedió ese día casi no lo recuerda, solo sabe que sintió algo parecido al sosiego y comenzó su adicción.

A los 16 años, pensó que estaba arruinando su vida y quiso cambiar por sí mismo. Buscó un trabajo diferente que lo alejara de las drogas y, entonces, decidió dedicarse a la construcción. Lamentablemente su abstinencia no duró mucho y volvió a fumar con mayor intensidad. Comenzó a combinar el alcohol por las drogas.

Época suicida:

La vida había perdido sentido para Juan Carlos hasta que conoció a una joven. Se enamoró y pensó en cambiar una vez más su vida. Tenía 18 años en aquel momento y a comparación de otras veces, parecía ser feliz de tener a alguien a su lado. Sin embargo, él mismo volvió a arruinarlo todo al no poder dejar su adicción.

Por cuatro años trató de engañar a su novia, simulando ser una persona sana y feliz. Sin embargo, las grandes dosis de consumo reflejaban su adicción, incluso llegó a robarle el dinero que estaban juntando para casarse. Ella lo descubrió y terminó el noviazgo. Lo dejó.

El sufrimiento, sumió a Juan Carlos en un estado de depresión que intentó suicidarse, pero no logró. Tenía 22 años y y había consumido las peores drogas del mercado. Junto a su hermano José Manuel, tan o más adicto que él, se escondían en el sótano de su casa para consumir sin que su madre se diera cuenta, hasta que cierto día los descubrió.

Gloria sufría mucho al ver a sus hijos en ese estado y lamentó con todas sus fuerzas no estar cerca de ellos cuando más la necesitaban. Intentó muchas veces aconsejarlos, pero sus palabras eran olvidadas en poco tiempo.

Juan Carlos peleaba constantemente con su padre. Un día casi se van de las manos, no soportaba un reclamo, tenía el corazón herido por la soledad , robaba el dinero de la casa para gastarlo solo en las drogas, casi ni comía, andaba desvalido por las calles, oculto entre las casas abandonadas.

Llega la esperanza:

Cierto día, camino a casa, vio a un joven de su vecindario, 10 años mayor. Ese hombre antes andaba perdido, pero ahora estaba bien vestido, zapatos limpios, y manejaba un auto. Había algo diferente en ese joven, en su rostro y esa imagen le impactó. Entrando a casa le comentó a su madre lo que observó en la calle y se preguntó ¿Cómo pudo salir de su vicio? Pensó tristemente “Ojalá yo también pudiera lograrlo”.

Una vecina le contó a su madre que quien ayudó a ese joven era una pastora, una sierva de Dios. Inmediatamente se puso en contacto con la pastora, la fue a buscar y le contó el caso de su hijo mayor.  Adoración Solís era el nombre de la sierva que estaba a cargo de una iglesia en la ciudad de Andujar donde ellos vivían. 

A la semana, la pastora visitó la casa de la familia Muñoz justo cuando Juan Carlos había venido de visita. Estaba sumamente drogado cuando la pastora lo conoció. “Él es mi otro hijo”, dijo la madre. La pastora lo miró y le dijo: “Hijo mío, ¿Quieres salir realmente de las drogas?”. La mirada impactó al joven, sintió algo en su corazón y respondió que sí. Entonces todos en la habitación oraron fervientemente y esa tarde termino recibiendo a Cristo como su Señor y Salvador. 

Dios cambia:

Consiente de su caso, la pastora propuso a Juan Carlos ir a Madrid lejos de su familia e internarse a un centro de rehabilitación cristiano de nombre “Bethel”. Allí permaneció interno por año y medio. Al inicio sufrió con llanto su abstinencia, sentía morirse, la tristeza, el sufrimiento lo envolvían y quería desaparecer, necesitaba droga para olvidarse de todo pero esta vez estaba encerrado. Luchó consigo mismo hasta que Dios lo libertó.

Como centro cristiano, no faltaban las oraciones, los ayunos, las reuniones y el fervor para adorar a Dios. Dos meses después, en uno de los cultos, pudo sentir la gloria de Dios, pasó al altar, cayó de rodillas y exaltó el nombre de Dios con todo su corazón. En ese instante sintió que algo salió de él y que nunca más volvería a sentirse solo. 

A los seis meses, recibió una sorpresa inesperada. La visita de la pastora junto a su hermano José Manuel que venía también a cambiar su vida. Por fin había aceptado la ayuda, y con el testimonio de su hermano en tan corto tiempo, se unió al grupo de los internos en Madrid. Estar allí los ayudó por completo.

Al año y medio, Juan Carlos regresó a su ciudad como un hombre muy distinto, había ganado peso, fisicamente se veía mejor, y sentía la confianza de Cristo en su corazón. Sus padres y su hermana quien sufrió mucho también su adicción, festejaron de alegría.

Juan Carlos se bautizó en el 2003 en Pila, Sevilla. Dios le enseño a tocar un instrumento y desde entonces toca para Él. Hace 4 años se casó con una peruana y se mudó a Martos, provincia de Jaen, ayudando al pastor en la iglesia. Vive en el templo y considera que no hay mayor privilegio que estar en la casa de Señor.

Fuente:Impacto evangelístico